Lo scorso 11 settembre 2019, in occasione del 198° anniversario dell’indipendenza della Repubblica di Costa Rica, El Salvador , Guatemala, Honduras e Nicaragua, la Basilica di San Bartolomeo all’Isola ha ospitato la Santa Messa commemorativa presieduta da Monsignor Paul Richard Gallagher  Segretario per i rapporti con gli Stati della Santa Sede. Alla cerimonia era presente il Corpo Diplomatico accreditato presso la Santa Sede.

Di seguito il testo integrale dell’Omelia

CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
Fiesta Nacional de los Países del GRUCA
Homilía de S.E. Mons. Paul Richard Gallagher
Secretario para las Relaciones con los Estados
Roma, 11 septiembre 2019

 

Agradezco al Señor Embajador de El Salvador, que en su condición de Decano
del grupo de Embajadores de los países de Centroamérica, ha tenido a bien invitarme
a presidir esta Celebración Eucarística en ocasión del aniversario de la independencia
de vuestros países. Con Él saludo con afecto a la Embajadora de Nicaragua y a los
Embajadores de Costa Rica, Guatemala y Honduras, así como a todos ustedes, aquí
presentes, uniéndome a su acción de gracias a Dios por todos los beneficios que no ha
dejado de derramar abundantemente en sus vidas. Hoy se reunen aquí, delante del
Señor, para agradecerle no sólo esos bienes que les ha concedido a cada uno de
ustedes, o incluso a sus países en particular, sino a toda aquella región bendita de
Centroamérica. Y esto es ya de por sí un motivo de acción de gracias: verles aquí
unidos, como un signo palpable de que, después de ciento noventa y ocho años, sigue
viva aquella concordia y unidad entre vuestras Repúblicas que propició la firma
conjunta del Acta de Independencia de América central. Nos recuerda aquello que el
Papa Francisco afirmó en su discurso a los obispos centroamericanos, a principios de
este año, durante su viaje a Panamá con motivo de la Jornada mundial de la Juventud:
que “el futuro de América Central – y de cualquier región en el mundo – pasa
necesariamente por la lucidez y capacidad que se tenga para ampliar la mirada, unir
esfuerzos en un trabajo paciente y generoso de escucha, comprensión, dedicación y
entrega”.
En esa tarea de ampliar la mirada, de abarcar con nuestra vista no sólo los
intereses particulares, aun legítimos, sino también aquellos de nuestros hermanos
integrándolos en el bien común, nos ayuda mucho la palabra de Dios que hemos
escuchado. Fijémonos en primer lugar en el texto de la carta del apóstol san Pablo

que la liturgia nos propone en la primera lectura. La comunidad cristiana de Colosas,
a la que se dirige la carta, estaba formada, de manera preponderante, por cristianos
procedentes del paganismo, pero incluía también muchos judíos provenientes de la
diáspora. Apoyándose en este doble origen, comenzaron a difundirse en ella algunas
doctrinas sincretistas que, por un lado, contenían elementos gnósticos del paganismo
circundante, y por otro lado, ensalzaban algunas prácticas de origen judío, como la
circuncisión y la observacia de ciertas normas alimentarias. Aquellas doctrinas
amenazaban no sólo la pureza de la fe de la comunidad, sino su misma unidad. Ante
aquella amenaza, Pablo exhorta vehementemente a los colosenses a comparar su
pasado y su presente: si en el pasado eran “extranjeros y enemigos”, enemigos de
Dios y extraños los unos de los otros, ahora han sido reconciliados con Dios y hechos
miembros de un solo cuerpo por obra de Jesucristo. Y en ese orden nuevo – concluye
san Pablo – “no ha distinción entre judíos y gentiles, circuncisos e incircuncisos,
bárbaros y escitas, esclavos y libres”. La vida cristiana, aquella que nace en el
bautismo con la participación en la muerte y resurreción de Cristo, contiene no sólo
una radical transformación de la persona, haciéndola revestirse de ese “hombre
nuevo” del que habla el Apóstol. Contiene también un germen profundo de unidad,
un principio profundo de transformación de las relaciones sociales que supera las
barreras entre los hombres levantadas por el “hombre viejo”. La historia de
Centroamérica es un ejemplo palpable de cómo la fe cristiana, que ha impregnado
desde su llegada la historia y las costumbres de vuestros pueblos, constituye al mismo
tiempo un impulso constante a la unidad y a la concordia entre ellos. Ésta es la
“mirada amplia” a la que nos invita el Santo Padre: una mirada de fe que busca la
unidad entre los hombres y los pueblos, que sabe englobar los intereses particulares
legítimos en la búsqueda constante de un bien más alto.
Si pasamos ahora al Evangelio, observamos cómo esa mirada que nos da la fe
es también realista, en el sentido de que no esconde las dificultades que se encuentran
siempre en el camino de los hombres. En cada época de la historia subsisten las
injusticias, la pobreza, el hambre, la infelicidad, los odios y las exclusiones. La
mirada de la fe sabe que esas situaciones pueden convertirse para aquellos que las

sufren en bienaventuranza, descubriendo el amor de predilección de Dios hacia
aquellos que sufren y esperando la recompensa futura de la que habla el Evangelio.
Pero esa misma mirada sabe ver también la responsabilidad de los que cometen tales
injusticias, que se convierte en objeto de malaventuranza, como san Lucas recoge en
su Evangelio. En esta Basílica de San Bartolomé, que hoy nos acoge, no podemos no
recordar, en este sentido, la gran figura de San Óscar Romero, cuyo Misal está
expuesto en una de las capillas laterales. El Santo Obispo Romero supo ampliar su
mirada, en primer lugar saliendo de su vida cómoda y dejándose interpelar por las
injusticias, sobre todo aquellas que se cometen con los pobres; y en segundo lugar,
encontrando también la única respuesta que trae la justicia, la reconciliación y la paz
verdaderas: no la supresión de las libertades ni la limitación de los derechos
humanos, no la represión ni la violencia, sino sólo, como Él mismo decía, “la
violencia del amor, la que dejó a Cristo clavado en una cruz, la que se hace cada uno
para vencer sus egoísmos y para que no haya desigualdades tan crueles entre
nosotros”. Así, a la vez que denunciaba con fuerza tanto la violencia como las
situaciones injustas que la provocaban, invitaba constantemente a conservar la fe y la
esperanza cristianas, a reforzar el sentido cristiano de la justicia, porque estaba
íntimamente convencido, frente a aquellos que propugnaban ideologías contrarias al
Evangelio, de que las “liberaciones definitivas, sólidas, sólo los hombres de fe las
pueden realizar”.
No faltan tampoco hoy, en nuestras sociedades, dificultades e incertidumbres,
tensiones y conflictos. A los desafíos de siempre se han sumado nuevas realidades,
como la pérdida del sentido de lo trascendente, la imposición de ideologías ajenas al
sentir de vuestros pueblos, la debilidad de las instituciones, la migración masiva y
organizada, el reto del cuidado ambiental y el peligro de la sobreexplotación de los
recursos naturales. Frente a todo ello, pidamos hoy al Señor, en esta Eucaristía, que
nos amplíe la mirada, ante todo para buscar la unidad, en un esfuerzo de búsqueda
constante de aquello que favorece la fraternidad y el desarrollo común de nuestros

pueblos. Pidamos también que esa mirada amplia nos ayude a discernir, desde la fe y
el amor fraterno, aquello que más conviene, sin dejarnos engañar por soluciones
fáciles, incluso aquellas que so capa de fraternidad y de servicio a los más
necesitados, no hacen sino perpetuar las injusticias. Que la intercesión de Nuestra
Señora, y del Santo mártir Óscar Romero, nos ayude a caminar siempre unidos hacia
un futuro de justicia, de reconciliación y de paz.